

Ayer en la última clase del Master de Marketing, hablamos un rato sobre la idea de presentarnos a premios e iniciativas innovadoras para poner en valor nuestros trabajos de fin de master. La idea venía promovida por la profesora con la sana intención de dar a conocer las múltiples opciones que las administraciones y la propia Universidad de Alicante, en este caso, dan. Al final, se deslizó el detalle de que tenías que ser alumno o por lo menos, una persona del proyecto.
La codiciada visibilidad puede llegar por muchos campos, pero el caso de los premios tiene su singularidad. Al menos desde mi experiencia, conozco unos cuantos que carecen de sentido, pues no consiguen más que agradecer al concursante su esfuerzo con la mínima dotación, dejando en el olvido o para la historia local invisible, el resto de valores que se le quiere dar a un premio.
Muy pocos consiguen la relevancia que se espera. Los grandes nacionales o internacionales van o muy ligados al prestigio como los Nobel o el Princesa de Asturias o vienen de la mano de las grandes marcas publicitarias que agitan el árbol mediático. En cualquier caso, bienvenidos sean todos, porque dan valor.
Hacienda, que somos todos, debería ser más sensible con este punto, especialmente con la rama emprendedora. Premiar y restar antes de empezar no parece una política de fomento, sino más bien de hundimiento. Así es que lanzó la idea de rebajar la presión fiscal o anularla para los premios culturales, científicos y ligadas a la creación de trabajo. Quizás así aumente el valor, no sólo para los medios, sino también para quien los da -porque dará más- y sobre todo, para quien lo recibe. La idea es que los galardones que poco ofrecen, lleguen con un poco más de peso y los grandes, sean una recompensa al esfuerzo. Creo que sería una buena señal y una manera muy práctica de incentivar a los concursantes.
Nota: ¿no sé si hacer un grupo en Facebook para reivindidarlo?