Hace unos días pude realizar una sana costumbre: ir a ver la exposición de “Fotoreporteros” que organiza la Asociación de Fotoperiodistas de la provincia de Alicante y que se exhibe en la Diputación de Alicante. En 2016, vemos la selección de 2014 que los mismos fotoperiodistas nos proponen. No están todos- y todas- los que hay, pero sí todos los que, al final, se unen para mostrar una parte invisible de esta jodida profesión.
Aprendes a ver otra perspectiva de la información cuando trabajas con un fotógrafo. Aprendes la inmediatez, reaprendes el concepto espacio- tiempo y, sobre todo, aprendes a admirar su capacidad inmortal. Porque si los periodistas nos encontramos en una situación de precariedad galopante, pregúntele a un fotógrafo y les aseguro que recibirán un máster de lo que significa ese concepto.
Con los años, sus problemas se han diluido de la escena comunicativa. Creo que la dictadura digital les ha comido el terreno y todos hemos aceptado que de supervivientes han pasado a especie en extinción. ¿Pero no lo sabían? En los periódicos, fueron de los primeros que invitaron a irse, para acabar volviendo como autónomos -sinónimo de “me hace lo mismo o más y una parte se lo paga usted”– y, en la actualidad, compiten contra móviles de alta resolución, aficionados, gabinetes, etc. Es una lucha muy desigual.
La cosa es que voy a la exposición para disfrutar y para mostrar mi solidaridad con una profesión que siempre me recuerda a Los Inmortales de Christopher Lambert.Me imagino a uno de ellos, levantando la cámara -por favor, no olviden tocarle el brazo a un fotoperiodista, es impresionante- y diciendo eso de que “sólo puede quedar uno”.
En ese papel, siempre me he imaginado a mi amigo Pepe, alias Olivares, porque cuando lo conocí, allá por los años de Diario 16 Comunidad Valenciana, fue tan amable de enseñarme a revelar fotos. Para ello, tuvo el detalle de dejarme su cuartito oscuro situado en un palomar de la calle Mayor a una temperatura media de 50 grados. Entonces, no me acordé de Los Inmortales, sino más bien del gen cabrón -perdonen la expresión. Es jerga fotoperiodística- que todos llevan dentro y desarrollan después de que la profesión les machaque y la gente, en general, ignore el valor de su trabajo.
También me acuerdo del día que una amiga trajo la foto con la que su hijo había ganado un concurso -una mosca en una bombilla. Era preciosa y Daniel es ahora un talentoso fotógrafo; pero si no pasa nada, no creo que pise una redacción en su vida. Sólo así podrá vivir de su trabajo, aunque espero y deseo ir algún día a una exposición suya. Quizás en París.
Los fotoperiodistas, al menos los de Alicante, son fáciles de reconocer: cámara grande, brazo de hierro, problemas de espalda permanentes y dos carteles fijos en la cara -si me tocas el objetivo, te mato y hasta los cojones. Si ven a uno o a una, sepan, que los deberíamos de proteger y cuidar. Prueben.