

Me gusta escribir releyendo noticias que he guardado o seleccionado, algunas personales y otras de rabiosa actualidad. El caso es que, estos días, podremos ver en los periódicos reportajes y unas cuantas páginas de lo que nos dejó el 2015. Es un sano ejercicio que requiere de un mínimo de tiempo y serenidad. No porque vayamos a entrar en modo zen, sino porque detenerse, da perspectiva.
Y aunque pasan los meses, y poco se ve en la televisión, 2015 confirmó el horror y el drama de la inmigración, especialmente visible en la sinrazón siria, ante una Europa inoperante. Somos europeos y hemos dejado solos a los municipios que reciben a pecho descubierto barcazas. Hemos dejado que las elecciones suplan el goteo que agita conciencias.
Jamás olvidaré la vergüenza que sentí al ver que, en la orilla de la playa, un niño yacía muerto por la quietud, nuestra quietud. Mi mar, al que tanto voy porque adoro, se convirtió en mi espina y espero y trabajo para quitármela en 2016.